Hay que saber con quién se pelea

El domingo pasado, la tensión entre Colombia y Estados Unidos se hizo palpable una vez más, tras las decisiones impulsivas de Trump y las reacciones de ciertos sectores, especialmente del gobierno de Petro. Esto generó una conversación interesante, pero también profunda sobre lo que significa tener pensamientos radicales y cómo manejar las relaciones internacionales sin perder la cabeza. La frase «Hay que saber con quién se pelea» fue clave en el debate. La política exterior no se puede manejar con impulsos; más bien, debe ser estratégica y pensada. A continuación, se desglosaron los puntos de la discusión, con ejemplos que, lejos de ser simples opiniones, deben ser entendidos en su complejidad.

1. ¿hasta qué punto vale la pena una postura demasiado radical sin considerar las consecuencias?
La postura de Petro de enfrentarse directamente a las imposiciones de Trump — como las amenazas de incrementar aranceles entre 25% y 50% a productos colombianos — podría sonar como un acto de valentía, pero en los hechos, sería un golpe fuerte a la economía de Colombia. Las exportaciones a Estados Unidos representan más de un tercio de las exportaciones colombianas. Productos clave como el petróleo, carbón, café, banano y flores se verían muy afectados. El costo inmediato sería una caída en los precios, lo que afectaría directamente a los productores colombianos, pero las consecuencias a largo plazo son aún más peligrosas. La posibilidad de que otros actores de Latinoamérica suplanten el mercado colombiano, ofreciendo precios más bajos, sería una oportunidad perdida para Colombia. En este sentido, la postura frente a Estados Unidos podría traer no solo pérdidas económicas, sino también una disminución en la influencia colombiana en el mercado estadounidense.
Pero esto no se queda ahí. Las sanciones de Estados Unidos, como respuesta a cualquier acción de desafío, también generarán presiones sobre el valor del dólar en Colombia, lo que pondría en riesgo la estabilidad económica y la confianza de los inversionistas. Un desplome del valor de la moneda colombiana podría generar una crisis interna más profunda de la que ya se sufre en muchos sectores.

2. La mirada racista hacia Latinoamérica y el dilema de la corrupción
En este punto, entramos en un terreno delicado. Se discutió sobre cómo Estados Unidos ve a Latinoamérica, muchas veces bajo una visión paternalista o, peor aún, de desprecio. ¿Es cierto que Estados Unidos ve a Latinoamérica de manera despectiva? En parte, sí. La historia de desdén hacia la región y la tendencia a imponer políticas unilaterales muestran que Latinoamérica no siempre ha sido vista como un igual. Sin embargo, esa percepción no puede ignorar las realidades internas de los países latinoamericanos. El pensamiento de buscar el beneficio individual, en lugar de colectivo, ha generado estructuras corruptas que han debilitado las democracias y las economías.
La corrupción en Colombia, por ejemplo, tiene costos sociales tan altos que a veces parece que nunca se va a poder erradicar. La desigualdad, la violencia y la falta de oportunidades se deben en gran parte a esta falta de justicia social. De alguna manera, los países que sí han logrado consolidarse como potencias han tenido que trabajar sobre la base de objetivos comunes. ¿Es posible que Latinoamérica esté perdiendo la oportunidad de hacer frente a sus propios problemas estructurales por no lograr un acuerdo colectivo que beneficie a todos? La corrupción sigue siendo la principal barrera para este objetivo. A nivel político, social y económico, la pelea por el poder a menudo impide que se avance en soluciones.

3. ¿Quién es Estados Unidos para someter a Colombia?
La respuesta rápida es que, en muchos aspectos, Estados Unidos es más que un socio comercial: es un aliado estratégico en la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado y la seguridad en general. La inversión de Estados Unidos ha permitido que Colombia logre avances significativos en estas áreas. Sin ese apoyo, Colombia podría enfrentar una crisis de violencia mucho mayor a la que ya existe. El narcotráfico, los paramilitares y los grupos guerrilleros siguen siendo una amenaza constante. Este tipo de realidades no se pueden ignorar al tomar decisiones políticas. No se trata de «someter» al país, sino de entender que, en la arena internacional, los intereses de Estados Unidos están más allá de cualquier postura ideológica y, si estos se ven amenazados, se traducirán en sanciones que podrían ser catastróficas para Colombia.
Lo que está en juego es el equilibrio entre defender la soberanía y mantener relaciones equilibradas con una potencia global. Las decisiones que pueden parecer correctas a corto plazo — como desafiar abiertamente a Trump o desmarcarse de las políticas estadounidenses — pueden tener consecuencias dramáticas a largo plazo. La estabilidad económica, el bienestar social y el futuro de millones de colombianos dependen de tener una visión estratégica sobre las relaciones internacionales.
El problema aquí no es simplemente si es correcto o no desafiar a Estados Unidos, sino que las decisiones impulsivas pueden poner a un país en una situación de vulnerabilidad, donde lo que se gana en dignidad se pierde en recursos, estabilidad y proyección a largo plazo. La cuestión central es cómo lograr un equilibrio entre mantener la soberanía y defender la dignidad sin perder de vista las implicaciones que decisiones mal tomadas pueden tener para la economía y el bienestar social de todo un país. Hay que saber con quién se pelea, y más importante aún, saber cómo pelear.

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